"1899" / "1959" (2011-2018) de Ortega y Dániel: al calor de la Metahulla
A pesar de ser un nombre que suele aparecer reiteradamente en listas de autores contemporáneos, nunca había tenido la oportunidad de acercarme al trabajo de Francisco Ortega. Así que, aprovechando una oportuna serie de descuentos, decidí embarcarme en el mundo de la Metahulla, la saga de ucronías en las que Ortega junto con Nelson Dániel exploran cómo el descubrimiento de una nueva fuente de energía en el último cuarto del siglo 19 podría haber moldeado de forma diferente eventos de la historia de Chile y del mundo.
La primera de estas obras es 1899, un cómic que adapta “La Edad de la Metahulla”, un cuento escrito por el mismo Ortega que sienta las bases de este universo. Su inicio es potente y condensa sus principales matices gracias a una tensa recreación y posterior subversión del Combate Naval de Iquique, poniendo en relieve el buen fiato del equipo creativo, pero también evidenciando cierta ansiedad que a la larga le juega en contra, como lo evidencia la revelación que marca el clímax de la escena de apertura, la cual es opacada con un innecesario uso de cuadros con texto expositivo que solo están ahí porque los autores decidieron introducir lo más rápido posible el trasfondo al lector. Esta decisión no arruina por completo el inicio del cómic, pero tampoco le favorece y anticipa un problema que lo aqueja en algunos tramos, pero de eso hablaré más adelante.
Pasada la introducción y su violento golpe de timón que nos deja firmemente establecidos en el terreno de la ficción especulativa, acompañamos al Inspector Luis Uribe, un veterano de la Guerra del Pacífico, a través de cuyos ojos empezamos a conocer este universo refundado a partir de un mineral milagroso. A primera vista, parecemos estar en el afiebrado sueño de un ultranacionalista, con Chile sometiendo política y militarmente a sus vecinos y convirtiéndose en una potencia regional, pero rápidamente podemos notar las grietas gracias a las experiencias de nuestro protagonista.
La naturaleza introspectiva del Inspector Uribe hace que nos adentremos a este mundo a través de sus comentarios teñidos con un palpable resentimiento y culpa, estableciendo un tono noir que revela el que probablemente es el mayor activo de este cómic, las caracterizaciones. El dúo creativo nos entrega diálogos que prestan especial atención al lenguaje corporal, dando tridimensionalidad a sus personajes incluso en instancias aparentemente inocuas. Lamentablemente, en el último cuarto se pervierte este punto favorable y se cae en la tentación de abusar del texto expositivo, exponiendo su principal defecto de ser un cómic con muchas ideas, pero que no siempre sabe cómo articularlas, llevándolo a recurrir a la exposición como una solución rápida para salir del paso.
Un síntoma de lo mencionado anteriormente es la forma en que se tratan las referencias, las cuales van más allá de ser easter eggs. Esto en sí no es negativo, pero se convierte en un problema cuando, a pesar que se dedican seis páginas para ello, el trasfondo de un personaje específico se presenta como un “info dump” porque se le involucra en eventos relacionados con lugares u obras del imaginario colectivo, pero ello no es visto de primera fuente, sino por medio de un informe, dando como resultado una caracterización de segunda mano. Una situación similar ocurre cuando en la parte final se nos revelan los secretos detrás de la metahulla, ya que el Inspector Uribe, y por extensión el lector, solo reciben información en abultados globos de texto en lugar de haberlos descubierto paulatinamente a lo largo de la obra.
No tiene mucha gracia una historia detectivesca en la que el detective no descubre nada, sencillamente porque explicar eventos siempre es una alternativa inferior a ver su desarrollo natural. Las explicaciones “sabelotodo” incluso colisionan con el tema de cómo el uso de una tecnología o fuentes de energía no implican su total comprensión, no dejando espacio al misterio y a la curiosidad, sino que atarantadamente se responden preguntas que ni siquiera se han planteado, pasando por alto que la envergadura del trasfondo es de una profundidad tal que fácilmente podrían haberse escrito dos o tres historias más en vez de dejarlo caer todo de golpe. Lo curioso es que esto no ocurre con el fin de la historia del Inspector Uribe, la cual es tratada de forma abierta a pesar que el cuento que le sirve de inspiración es más claro en ese aspecto.
A pesar de sus defectos, 1899 no resulta aburrido y su resultado general es positivo, gracias en gran medida al arte de Nelson Dániel, quien entrega viñetas de calidad a lo largo del cómic, compensando de buena forma las veces en que el guion flaquea. El diseño de sus personajes y locaciones rebosan personalidad, siendo especialmente sobresaliente la escena en la estación de trenes de Concepción, la cual siento que encapsula, tanto en dibujo como guion, los puntos más fuertes del universo metahullano por la forma en que retrata el lado menos amable de una aparente utopía, mostrando que por más maravilloso que sea un mineral, no elimina actitudes prejuiciosas y genera un costo humano del que nadie se hace responsable.
Gracias a su generosa caracterización de personajes, una interesante premisa y un par de oportunos cabos sueltos, se sientan sin problemas las bases para su secuela 1959, pero esta no sería una continuación directa en más de un sentido. Optando por un salto temporal, se aprovecha el nuevo terreno para cambiar de pista, pasando de una narrativa centrada alrededor de un solo personaje a una dinámica grupal; asimismo, donde 1899 tenía influencia del género negro, 1959 se sienta firmemente en el terreno de la aventura.
El paso del tiempo entre ambas obras también le es favorable en cuanto a sus defectos, los cuales disminuyen considerablemente. 1959 tiene una escena de apertura tan potente como su predecesora, pero reduce la exposición, dejando que la información fluya de forma más pausada, aprovechando mejor los talentos de Nelson Dániel para desarrollar escenas. Asimismo, los cambios de período y estilo beneficiaron al reparto de personajes principales, ofreciendo una variedad de voces que reflejan un cambio hacia dinámicas grupales. Esta elección no implica que la forma en que se abordó al Inspector Uribe en 1899 fuera inferior, sino que muestra que la saga de la Metahulla puede alterar sus estilos narrativos sin perder coherencia interna.
Sin perjuicio de lo anterior, lo más llamativo de esta secuela no es su ampliación de reparto desde la primera parte, sino su elección de personajes. Introducir versiones alternas del Ché Guevara, Salvador Allende y Augusto Pinochet impacta visualmente, abriendo espacio para que el lector se cuestione de inmediato sobre qué cosas han cambiado y cuáles siguen tal como las conocemos. Esto se replica a un par de personajes más, permitiendo que sea más fácil integrar orgánicamente los elementos fantásticos e intertextuales que ya habían sido insinuados en la primera parte.
En general, 1959 se siente una obra más ligera porque Ortega y Dániel parecen estar divirtiéndose con los platillos voladores y monstruos de cine de horror clásico que traen a colación como parte de la narrativa. Lamentablemente, mantienen la extraña costumbre de concluir la aventura de forma un tanto anticlimática a pesar que en esta segunda pasada los giros se sienten mejor preparados. Supongo que son los costos de tener un “continuará” implícito, porque la historia no queda completamente cerrada.
Para suerte del lector que quiera embarcarse en las aguas metahullanas, algo que merece especial halago es la presentación de estos tomos. Aparte de las historias propiamente tales, ambos tomos contienen mapas geopolíticos, el relato corto que sirve de inspiración y un muy detallado glosario. Este último extra es especialmente notable porque profundiza sobre diversos aspectos del trasfondo que narrativamente habrían sido muy lentos de explicar y que habrían afectado el ritmo del relato, pero que a modo de apéndice funcionan excelente. Una de las razones por las cuales fui un tanto majadero en esta reseña con el uso de texto expositivo es precisamente porque este complemento es sumamente completo y hace sentir redundantes a muchas de las explicaciones que se hacen en las viñetas.
Para concluir, debo recalcar que a pesar que la saga de la Metahulla tiene defectos difíciles de ignorar, su excelente trabajo a nivel de lápices, de caracterizaciones y su impecable presentación en tomo la vuelven una experiencia positiva. Quizás su principal pecado sea un inapropiado énfasis en que el lector conozca los engranajes antes de siquiera poder consultar la hora, pero esto puedo atribuirlo a un ansioso interés del equipo creativo por compartir sus ideas lo más rápido posible, cosa por la cual no puedo condenarlos. Solo me queda esperar que si en el futuro la metahulla ha de fluir, no sea en un torrente incapaz de contener sus secretos.